Doble exposición

Mallorca y Fuerteventura, 2019. Ese año emprendí un proyecto muy personal con mi Minolta X-300, una cámara que, a pesar del tiempo, sigue guardando esa magia que lo digital no logra imitar. Una cámara que me obliga a mirar distinto, a confiar en la luz, en la intuición y en la incertidumbre del resultado.

La fotografía analógica siempre ha sido para mí un acto de paciencia y de fe, de aceptar el error como parte de la obra. No hay pantallas que te confirmen nada al instante, solo la intuición, la luz y el momento que decides atrapar.

Cada vez que disparas, la luz impregna una franja del carrete, grabando ese instante de manera irreversible. Lo habitual es avanzar y ofrecer al objetivo un fragmento virgen, limpio, dispuesto a guardar un nuevo recuerdo. Pero existe un gesto mágico, el de apretar el embrague y detener el movimiento del carrete. Así nace la doble exposición, dos imágenes distintas superpuestas en un mismo trozo de película. Una ventana puede fundirse con un rostro, el mar puede trepar por una montaña, la sombra de un árbol confundirse con el cielo.

Esta serie recoge esas fotografías. Fragmentos de Mallorca y Fuerteventura que se cruzan, se contradicen y se abrazan. Un homenaje a la imperfección y a la belleza de lo imprevisto.

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